Ahora que estamos comenzando un nuevo Año litúrgico es un momento oportuno para conocer el motivo de las fechas litúrgicas más relevantes que la Iglesia celebra a lo largo del año, sin ánimo de agotar toda la casuística.
La primera fiesta del cristiano es el domingo, fiesta primordial de precepto, (CDC 1246) y fundamento y núcleo de todo el año litúrgico. El domingo es el día del Señor, Pascua semanal. La palabra domingo viene del latín «dominicus», «dominica dies», Día del Señor. “La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio cada ocho días, en el día que es llamado, con razón, día del Señor o domingo. En ese día los, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo” (SC 106).
No hay pues ninguna fiesta más importante que el domingo y entre ellos el domingo pascual, eje del año litúrgico. Las fiestas que la Iglesia considera como muy importantes –las solemnidades– se igualan al domingo, no al revés.
Podemos distinguir, hablando del calendario, dos tipos de fiestas: unas variables, que se celebran dependiendo del domingo pascual y otras festividades fijas, como son las del ciclo de Navidad, las de la Virgen y las de los santos.
El domingo más importante del año es el Domingo de Resurrección. Su fecha se fija quedó fijada por el Concilio de Nicea reunido el año 325 que dispuso que la Pascua se celebrase el domingo posterior al primer plenilunio del equinoccio de primavera, o dicho de otra manera, el domingo que sigue a la primera luna llena –Parasceve– que haya después del 22 de marzo. Por este motivo, la Pascua de Resurrección es fiesta variable, ya que depende de la luna y necesariamente deberá oscilar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Una vez fijado el domingo pascual de cada año se establecen los demás tiempos movibles y sus fiestas: el tiempo pascual (cincuenta días posteriores que culminan en el domingo de Pentecostés) y el tiempo cuaresmal (cuarenta días atrás comenzando el Miércoles de Ceniza). La Ascensión se celebraba a los cuarenta días de Pascua –hoy pasada al domingo posterior–. De la fecha del domingo de Pentecostés dependen las de la Santísima Trinidad –domingo siguiente de Pentecostés–el Corpus Christi a los diez días de Pentecostés –también trasladado al domingo posterior– y el Sagrado Corazón el viernes del II domingo posterior a Pentecostés. Así pues hoy día existen cuatro domingos consecutivos con fiestas importantes relacionadas con el ciclo de Resurrección: Ascensión, Pentecostés, Trinidad y Corpus, estas dos últimas ya en el llamado Tiempo Ordinario. Asimismo, en España se celebra el jueves posterior a Pentecostés la fiesta de Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote, introducida para España en 1973.
Por el contrario, el tiempo de Adviento-Navidad tiene fechas fijas, salvo el primer domingo de Adviento, que será siempre el más cercano al treinta de noviembre. La Natividad del Señor se celebra el veinticinco de diciembre. Por lógica, nueve meses antes –el tiempo de una gestación normal– celebramos la fiesta de la Anunciación del Señor (o sea, el momento de su concepción). También se relaciona con la fecha de la Navidad la fiesta de la Presentación del Señor al Templo, la popular Candelaria, que celebramos a los cuarenta días del parto –el dos de febrero–. Era el rito de purificación de la mujer recién parida, que en la tradición hebrea quedaba impura durante la cuarentena, rito al que se unía la presentación de los hijos al templo.También en las fiestas de Virgen hay dos que se relacionan en sus fechas con su nacimiento y concepción inmaculada. Si el ocho de diciembre celebramos la solemnidad de la Concepción Inmaculada de María es lógico que nueve meses después celebremos su Natividad, el ocho de septiembre. La solemnidad de María como Madre de Dios el uno de enero es como un eco mariano de la Navidad –culminando la octava–.
Las fiestas de los santos se suelen celebrar en el día de su muerte o martirio, su “dies natalis”. Caso excepcional es el de San Juan Bautista, que tiene un lugar privilegiado en la liturgia ya que la Iglesia celebra tanto su nacimiento –el veinticuatro de junio– como su muerte –veintinueve de agosto–. La fecha de la Natividad del Bautista está en relación directa con la de Jesús: justo seis meses antes. El Bautista mismo afirmó que era preciso que él empequeñeciera para que Jesús se agrandara. La Iglesia lo interpreta colocando la fecha del Bautista en el solsticio de verano, cuando sucede el día más largo del año pero a partir de ahí empieza a decrecer y la Navidad coincidiendo con el día más corto del año pero cuando los días empiezan a crecer. Cristo es la luz del mundo.
En definitiva, la Iglesia ha puesto muchas de sus fiestas aprovechando el simbolismo que el trascurso del año astronómico le proporciona y ha adaptado algunas tomadas del calendario festivo romano –como la Navidad–.
Jesús Luengo Mena